Madrid de noche. Miles de luces conforman el esquema perfecto de una gran ciudad, que cada vez es más mía y que cada vez suma más recuerdos en mi memoria. Que se queda aquí abajo pero que no me deja decirle adiós. Porque nos une el amor y el odio, porque tenemos una relación tan pasional que necesita pausas. Pero que nos atrapa cuando llega la despedida. La luna en cuarto menguante me empuja hacia esta nueva etapa, hacia una segunda parte que me promete muchas cosas.
Una vez más vuelo. Vuelo de vuelta, pero también de ida. No me da miedo tener grandes expectativas porque sé que marcan los pasos que sigue el segundero de nuestra vida, y porque no hay decepción sin sorpresa... Llego a Maastricht por inercia, sin haber dormido en toda la noche, de repente me encuentro frente a la estación. Miro a mi alrededor, me paro cinco minutos a contemplar esta ciudad llena de rincones escondidos que hay que saber descubrir, que no relucen por sí solos... Me pierdo entre canciones y fotos que van pasando a cámara lenta por mi cabeza, de esas que quedan ahí... Madrid. Cuatro días muy intensos. Plenitud y sorpresas. Charlas inacabadas, esos pocos amigos que están ahí y un ambiente familiar me recuerdan que mi sitio sigue estando aquí, aunque el ritmo de mi vida se acelere cada día más. La despedida siempre es dura. Cada vez más. Porque cada vez los recuerdos son más fuertes...