Cinco meses sin escribir ni una línea, pensando en los desconocidos que leen y no tienen porqué. Pero es lo que tiene el blog...
Así que ya va siendo hora de actualizar... Y por petición expresa, empezaré por el principio...
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Y le dijo la sartén al cazo... ¿Por qué no vamos a la playa? Algo así como Chavez al Rey, pero en el mes de abril, cuando en Holanda sólo caía lluvia... Unos billetes de Ryanair tirados de precio. Aunque como era de esperar, lo de llegar a Trapani era misión imposible. Autobús a Aachen, tren a Dusseldorf, autobús al aeropuerto de Weeze… Cargamento de sandwiches. Y de repente en otra vida (si acaso) aterrizamos en Trapani, un ex aeropuerto militar, oxidado y gris. Desgastado. Dos tristes puertas de embarque y un baño que parecía la casa del terror...
Y al salir, nubes. Casi 30 grados al dejar Maastricht... Y nubes en Sicilia. Thelma y Louise se miran con cara de desilusión, pero sin decir ni una palabra. Y entonces llega la lluvia... Y el pequeño mapa sacado de Internet se empieza a mojar. Pero... Antes de llegar a la desesperación, aparece Mariella, como por arte de magia. “Acompañadme a correos y os llevo al hostal, que tengo que escribirle una carta a mi hija... Porque yo también tengo una hija de vuestra edad, ¿sabéis? Y no quiero que se olvide de mí”. Total: que la desconocida Mariella nos salvó la vida y nos llevó en coche a ese Bed & Breakfast que sólo se manifestaba con un pequeño cartel milimétrico en el telefonillo.
Trapani es un pueblo de costa, antiguo, de pescadores. Sobrio. Pero lleno de pequeños rincones, de bares que ofrecen cous cous, gelatto y magnífico capuccino. Entre el mar y el monte Erice, fue ciudad fortificada fundada por los Fenicios en el siglo IX antes de cristo. Centro de comerciantes y artesanos. Una de esas joyitas escondidas de la historia...
Trapani es un pueblo de costa, antiguo, de pescadores. Sobrio. Pero lleno de pequeños rincones, de bares que ofrecen cous cous, gelatto y magnífico capuccino. Entre el mar y el monte Erice, fue ciudad fortificada fundada por los Fenicios en el siglo IX antes de cristo. Centro de comerciantes y artesanos. Una de esas joyitas escondidas de la historia...
Excursión a Favignana, Isla Egada con forma de mariposa. Nos hace ver que sí hay playa y que sí hace sol en Sicilia. Como buenas “ciudadanas” neerlandesas, alquilamos bicis y cual amigas de Chanquete recorremos la isla, pasando por la preciosa Cala Rossa (sin arena... Pero un paraíso natural entre rocas), dando con auténticos sicilianos (hambrientos) y haciéndonos amigas de la tripulación del barco, que nos propina con un bonito viaje en cabina.
Palermo nos esperaba y La Odisea también. El hotel reservado era un decadente edificio en construcción que nos iba a traer por el camino de la amargura. Dimos con una floristería y allí Catalina (nueva amiga) nos hizo ir al hotel de al lado, el “Ambassadori”, nada menos que de cinco estrellas... Porque resulta que Catalina conocía a Aida, la encargada del hotel, que a su vez conocía a Roberta, la recepcionista, que durante media mañana se dedicó a llamar a todos los hoteles de Palermo para acoger a esas “due carine ragazze”, estudiantes y sin un duro pero muy majas ellas. Resultado: apartamento céntrico, casi regalado, con todos los accesorios imaginables (cocina, baño, dvd...). ¿Tampoco pedíamos tanto, no?
Palermo y su teatro, el segundo más grande de Europa, edificios majestuosos, aunque descuidados y manchados por la campaña electoral. Limoncello, la playa de Mondello. Cefalú, otro pueblo entre mar y montaña. Pizza. Vuelta a Trapani y overbooking inesperado en el hostal pero, como no, un viaje en coche con el encargado que nos llevó a otro hostal también de su propiedad. Conclusión: los italianos están locos. Y, sí: son un peligro al volante. Maravilloso viaje. Le dijo la sartén al cazo.