Monday, August 17, 2009

Agosto azul

Azul. El azul de ese mar que tanto echo de menos y que siempre me recibe con los brazos abiertos. El mar de Barcelona, el de Llavaneres. De Tossa de Mar, de Palafrugell, de Sitges... Y también el de Niza, Cannes, Marsella. Una Marsella sucia, ruidosa y hostil, pero entregada al mar, a un oleaje veraniego, en calma. Paseamos sin rumbo y sin querer llegamos a la Plage des Catalans, un guiño más a esos recuerdos encontrados que afloran en silencio después de un pequeño letargo que quiere romperse. Otro agosto azul.

Cannes y su aura de esnobismo nos llevan a los pocos metros cuadrados de playa sin privatizar. Nunca pensé que pudiera caber tanta gente en una playa. Llena de, imagino, amigos de una segunda residencia en la Costa Azul, también llamada Riviera Francesa, y demás cuerpos anaranjados, tono adquirido por indudables sobredosis de sol. ¿De verdad alguien puede considerar que pasar más de un segundo en medio metro de playa abarrotada, delimitada por una valla de gomaespuma que marca la frontera de la riqueza, es una actividad vacacional?

El instinto noctámbulo nos lleva a dormir más de la cuenta y a perder el barco a Saint-Tropez y la jugada resulta de lo más acertada: a cambio, embarcamos por un módico precio a la isla de Sainte Marguerite, la más grande de las islas llamadas Lérins, una auténtica delicia que pensábamos dejar de lado en nuestra ruta. No need of Saint-Tropez.

Calas rocosas a mar abierto, entre pinos y eucalipto, entre sueños, risas y una tormenta que obliga a los ricos a regresar de sus regatas familiares y a nosotras a refugiarnos bajo un pequeño porche de madera que nos regala una fragancia silenciosa de corteza mojada.

Noches con espectáculos callejeros de faquires. Charlas en la playa, Orangina y ganas de vivir. El presente y el futuro. El futuro y el presente.

Y en Niza nos esperan kilómetros de playas pedregosas y de un mar azul turquesa que nos mira y que contemplamos bajo una cascada. Y el barrio viejo, con sus calles estrechas, su idiosincrasia italiana, sus pequeñas galerías de arte, kebabs de lujo, heladerías, zocos con olor a especias y paraísos de azúcar.

De nuevo la noche, que tanto me atrapa, entre un pianista generoso que regala hasta emocionar el movimiento invisible de sus manos, que hipnotizan a turistas adormecidos. Y una competición amistosa de “skaters”, franceses hasta la médula, lanzados a saltar tres metros de altura sobre ruedas y con los cascos del iPod bien encajados en los tímpanos.

Noches de brisa que anticipan un fin de semana en San Sebastián, con conciertos bajo un cielo estrellado, fuegos artificiales sincronizados con una selección musical de lo más emotiva y destellos de luz multicolor que se reflejan en la playa de la Concha. Sin olvidar un paseo por Biarritz y sus casas de cuento de hadas, una mañana de pintxos en las taskas del casco viejo de Donosti, guiños a la Real y paseos por una ciudad que desprende respeto, cariño y vida.

Saturday, August 8, 2009

Ayer, hoy y mañana

El tiempo pasa, corre, vuela. El verano se desliza entre mis sentidos, deja atrás mis miedos y amanece con nuevas miras. Y no puedo pensar en mañana, quizás porque por fin estoy cumpliendo la máxima que hace tiempo me impuse: “vive el hoy, hoy y el mañana, mañana”. Y ahora tengo que aprender que ayer fue ayer y que para no tropezar hay que mirar bien al frente, sin perder las coordenadas de lo inmediato.

Aprendo a viajar a rincones ocultos, a escuchar, a querer. A aprender queriendo. A despegar de un suelo frío, volar alto, nadar en la luna, caer, volver a lanzar mis pies al vuelo y caer más despacio, amortiguando el dolor con un flotador menos hueco.

Abro el libro y aprendo a colocar el marcapáginas entre cada capítulo. Siempre con ganas de abrirlo, siempre con ganas de volar, pero sin dar la espalda a lo que está ahí cerca, palpable, en la tierra.