Un año que acaba, otro que empieza. Otra década para mí. Mi segunda, sí. Pero siento que me hago mayor, por muy ridículo que les parezca a los que me sacan unos cuantos años. Ahora ya siento que formo parte de una generación. La de los que hemos visto nacer inventos como el teléfono móvil, las videoconsolas, los ordenadores... Una generación que empezó jugando a los tazos que regalaban con las patatas y que en la adolescencia empezó a chatear, que se levantaba los sábados y desayunaba viendo las reemisiones de Heidi y las primeras temporadas de Doraemon. Que cambiaba cromos y pegatinas. Una generación que se encuentra entre los que tuvieron que luchar por todo y los que parecen no querer luchar por nada. A la que le preocupa la globalización pero es consciente de que forma parte de ella; porque podemos ser Erasmus, probar la comida china en nuestro barrio o cenar en un Kebab antes de volver a casa. Algunos hemos tenido la suerte de escuchar testimonios de la guerra de nuestros abuelos o la desgracia de estar cerca de una de tantas amenazas de bomba. No sabemos vivir sin el móvil pero todavía usamos el fijo, descargamos películas de Internet pero todavía vamos al cine.
Ya teníamos uso de razón cuando había dos monedas en circulación. Para nuestros padres era un lío. A nosotros no nos costó mucho, pero también sabemos lo que son las pesetas. Sentimos que somos jóvenes porque hablamos en euros, pero nos vemos demasiado mayores cuando le explicamos a un niño que las chuches costaban un duro y que las tiendas que ahora son de chinos antes eran “todo a 100”. Leemos prensa por Internet pero sabemos que un quiosco no es un lugar en el que venden sólo souvenirs y caramelos, sino también periódicos y revistas. Hemos crecido con telebasura, pero también hemos visto debates políticos y documentales, añoramos Barrio Sésamo y sabemos quien era Chanquete, aunque sea de oídas.
Ya teníamos uso de razón cuando había dos monedas en circulación. Para nuestros padres era un lío. A nosotros no nos costó mucho, pero también sabemos lo que son las pesetas. Sentimos que somos jóvenes porque hablamos en euros, pero nos vemos demasiado mayores cuando le explicamos a un niño que las chuches costaban un duro y que las tiendas que ahora son de chinos antes eran “todo a 100”. Leemos prensa por Internet pero sabemos que un quiosco no es un lugar en el que venden sólo souvenirs y caramelos, sino también periódicos y revistas. Hemos crecido con telebasura, pero también hemos visto debates políticos y documentales, añoramos Barrio Sésamo y sabemos quien era Chanquete, aunque sea de oídas.
Hemos tenido la suerte de conocer a Papá Noel, pero también sabemos quienes son los Reyes Magos. Escribíamos la carta (¡A MANO!), dejábamos una bota y no un calcetín y queríamos que nos tiraran caramelos en la cabalgata. Sabemos que el 1 de noviembre no sólo es el día después de Halloween, sino que las abuelas van al cementerio y que se comen castañas. Supongo que como en todas las épocas, sentimos propias cosas del pasado. Aunque nuestra memoria histórica sea joven ya somos parte de la historia. Sabemos lo que fue el “efecto 2000” y hemos visto fotos del 11-S en nuestros libros de historia. No sólo eso, si no que también lo vimos en directo. Hemos presenciado un cambio de milenio, que no es poco. Nuestro propósito: hacer que los que vienen, los que ahora empiezan a crecer, también conozcan todas esas cosas que hemos vivido y no olviden que el pasado, además del presente y el futuro, también construye nuestra vida.
(Barcelona, -27 horas para el 2008)
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